martes, 8 de marzo de 2011

BAJO LA AMOROSA MIRADA DE DIOS


Jamás deberíamos pensar: “Bajo mis pies hay tierra firme sobre la cual puedo apoyarme. Yo soy grande. Permaneceré erguido”. Antes bien, deberíamos pensar: “Sobre mi conciencia está la Superconciencia. El ojo vigilante de mi guardián me observa constantemente. Vivo bajo esa mirada”. Nuestro sostén no viene de abajo, sino de arriba. Él es nuestro refugio. Esta­mos colgando de ese mundo superior sustancial donde Él reside. Nuestro sostén se encuentra allí. Debemos siempre permanecer conscientes de ello.
 Antes de abordar un nuevo deber, uno debe pensar acerca de su posición. Los Vedas nos instruye que deberíamos pensar de la siguiente manera: “Siempre estás bajo la mirada vigilante de tu guardián y ese ojo colosal es viviente como el sol; Su mirada semeja la del sol sobre tu cabeza. Su penetrante mirada está sobre ti como una luz que te atraviesa para ver todo lo que hay en tu interior”. Con esta comprensión acerca de nuestra identidad, debemos abordar nuestro deber. Nunca se nos anima a pensar que estamos firmemente parados sobre tierra sólida o que podemos ejecutar nuestro dharma basándonos en una posición fuerte, independiente de Su gracia.

Ciertamente, en nuestra relación subjetiva con la Divinidad, somos exacta­mente como los rayos del sol. ¿Dónde se apoyan los rayos del sol? Se apoyan en el sol. Esa es su fuente. De manera similar, debemos pensar que nuestro apoyo es el reino de la Divinidad. Somos incontables partículas de conciencia y nuestro apoyo, nuestra tierra patria, es esa región consciente. Conciencia quiere decir Conciencia de Dios. Nosotros somos conciencia y estamos destinados a la conciencia de Dios. Esa es nuestra relación. Debemos permanecer conscientes de esta realidad. Estamos vinculados a la conciencia de Dios. Somos miembros del mundo consciente de Dios. Y hemos venido a deambular  por la tierra extraña de la conciencia material, mâyika, del concepto erróneo, pensando que somos unidades de este mundo material. Pero no es así.
Somos unidades del mundo consciente, del mundo consciente de Dios, y de alguna manera hemos caído en este concepto material de existencia, en el mundo de la materia. La materia es aquello que podemos explotar, el lado objetivo de la realidad, y el lado subjetivo es el elemento que debemos vene­rar. Nuestra relación con lo subjetivo es de reverencia y devoción hacia la entidad superior y no de explotación o disfrute. El disfrute verdadero, el disfrute divino, proviene del servicio y no de la explotación.
Nuestra verdadera posición es igual a la de los rayos del sol. El rayo de sol toca la tierra. ¿Pero dónde está su hogar? El rayo de sol viene a nuestro plano y roza las montañas y el agua, pero ¿cuál será considerado su hogar? Nece­sariamente el sol y no la tierra que roza. Nuestra posición es similar. Como rayos de conciencia, no pertenecemos al mundo material, sino al mundo consciente. Nuestra conexión con el hogar se encuentra allí, en el sol, en el sol espiritual.

Los Vedas nos aconsejan considerar: “Aunque hayas sido arrojado en un agujero de esta tierra, tu tierra natal es el Sol consciente. Tú has salido de allí, eres sustentado desde allí y tu perspectiva está allí. Tienes que concebir la realidad de esa manera. Debido a que eres consciente, tu hogar es la fuente de la conciencia. Ya seas ave o bestia, te encuentres en la montaña, en la tierra o en el agua, dondequiera que estés, cualquiera que sea tu posición, tu origen está en la conciencia, la existencia. Tu origen está en la conciencia de la misma manera que el rayo de luz tiene su morada en el sol”.
Los Vedas nos dicen: “Tú no eres hijo de este suelo. Puede que estés cautivo aquí, pero éste no es tu hogar. Es una tierra extraña. Todas tus espe­ranzas y perspectivas pueden ser suministradas por ese suelo superior, porque tu naturaleza es de esa índole. Tu alimento, tu sustento, todo lo tuyo, debe estar hecho de esa sustancia superior. Por el contrario, todo lo que encuentras en este mundo material es veneno para ti”.

Después de situarnos en el reino de la conciencia, debemos establecernos en el reino del amor divino, del éxtasis y la belleza. Debemos buscar nuestra fortuna allí, pero jamás en este mundo material. El éxtasis está por encima de la luz. La melosidad trascendental está más allá de la mera conciencia y el entendimiento. El sentimiento no es completo en sí mismo, debe estar dirigido hacia un objetivo. Así pues, el concepto más completo de algo perfecto está lleno de belleza o éxtasis.
Aquel que alcanza el éxtasis de la conciencia de Dios, se libera de este mundo mortal. Cuando uno así lo realiza, no tiene necesidad de sentir temor por nada. No hay que sentir aprensión por temor alguno que pueda surgir aquí, en este mundo material, donde nos acecha el peligro constante de la no existencia. Aquí, en el mundo material no sólo nos vemos privados de toda satisfacción, sino que nuestra existencia misma también se encuentra en peligro. En cualquier momento la no existencia nos puede devorar.
Para llegar al plano del éxtasis, tenemos que sumergirnos profundamente en la realidad. No debemos satisfacernos con lo formal, con lo superficial. Si concentramos nuestra atención en la forma externa de una cosa, descuidando su esencia, descubriremos que estamos buscando en el lugar equivocado.

La lentitud aliada a la determinación, gana la carrera. Nuestra marcha hacia el Infinito es una larga travesía. No es un recorrido que concluirá en pocas horas, en pocos días, en pocos años. Tenemos que arreglarlo adecuadamente. No podemos correr rápidamente para progresar y luego detenernos y echar­nos a dormir. Tenemos que recorrer un largo camino y sólo tendremos éxito si desarrollamos la humildad
Para desarrollar esta clase de humildad y tolerancia, debemos aprender a ver la mano del Señor en todas las cosas. Y por eso los Vedas nos piden recordar que la mirada de Dios está siempre sobre nosotros.

Desde otro punto de vista, Sus pies sagrados son como un gran ojo espar­cido por todo el cielo. Él lo ve todo. En cualquier cosa que hagamos, el ojo vigilante de nuestro guardián está sobre nuestras cabezas igual que el sol. Antes de iniciar cualquier actividad, debemos recordar que “Los pies de Dios están sobre ti y te observan como el ojo vigilante de un guardián. Recordándolo constante­mente, lleva a cabo tu deber”.
Si recuerdas siempre que Él ve todo lo que haces, no podrás hacer nada malo. Mientras recuerdes que el ojo penetrante y omnisciente del Señor te está mirando constantemente, no te arriesgarás a hacer algo que resulte ofensivo al Señor. Este recuerdo no hará otra cosa que purificar tu corazón, tu comprensión y todo tu sistema mental, ayudándote a aproximarte a la Divini­dad de la manera apropiada.

No puedes hacer nada sin que Él lo sepa, no eres el que mueve los hilos de tu propia vida ni los del mundo. No puedes ejercer tu señorío, tu influencia, sobre el medio ambiente en un intento egoísta. Recuerda siempre que un gran ojo está sobre tu cabeza y lo ve todo, igual que la luz escrutadora de un poderoso rayo X. Él conoce incluso aquello que tú desconoces acerca de ti mismo. Él también puede ver lo que yace enterrado en la más recóndita región subconsciente de tu corazón. Si recuer­das esto mientras vives y te mueves, no harás otra cosa que purificarte.
Así como un rayo láser puede erradicar el cáncer de un cuerpo, toda la enfermedad de la existencia material se desvanecerá de nuestros corazones por la purificadora influencia de los divinos rayos de luz que emanan de los sagrados pies de Dios.


Adaptación del Libro "La Ciencia Confidencial del Bhakti Yoga
de Srila B. R. Sridhara Maharaj



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